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Por: Javier Fuentes

“Una caña de pescar más peligrosa que un cañón” (J.F.)

Desde el siglo XV, Europa convirtió a América en su cantera de riquezas: oro, plata, cacao, azúcar y cuerpos traídos desde el África subsahariana, como si el continente no tuviera alma. Cuando las nativas se extinguieron, trajeron a las negras para prolongar el saqueo.

Esa lógica de extracción impuesta por los imperios —España, Portugal, Inglaterra, Holanda, Francia y Estados Unidos— sembró las raíces de una dependencia estructural. Hasta Rusia nos dividió con la penetración ideológica.

En ese sentido, Enrique Dussel explica: “La modernidad europea se erige sobre la colonización de América”.

¡Todos nos han saqueado!

Al repetirse la historia, hoy entra en escena otro actor sin espada, sin cruz ni ideología.

China: potencia asiática que no impone su cultura ni su idioma. No envía tropas —todavía—, pero firma convenios. No construye fortalezas, sino carreteras, puertos, hidroeléctricas, bases espaciales y acuerdos secretos. A eso sumamos los BRICS+; la “Ruta de la Seda”, disfraz de inversión en América, pero con un anzuelo de agarre tan profundo como invisible. No le interesa el sistema político, solo el dominio económico.

El predicador escribió: “El rico se enseñorea de los pobres, y el que toma prestado es siervo del que presta” (Proverbios 22:7).

China no obliga al subcontinente americano; él se entrega.

La deuda es el nuevo grillete: con ella China arrastró a Brasil y Chile, extrae petróleo ecuatoriano, litio en Bolivia, instala una base en Argentina, un puerto en Perú y Uruguay, y logra concesiones en el Caribe. Son algunos ejemplos del saqueo.

No solo es infraestructura: es influencia, acceso y sumisión. El modelo se ha sofisticado, pero el objetivo sigue siendo el mismo: controlar estratégicamente sin “conquistar”, gobernar sin “gobernar”.

Walter Mignolo así lo resumió: “La colonialidad no desaparece, se transforma”.

Europa saqueó con barcos, corsarios, espadas y cañones. Estados Unidos lo hizo con ametralladoras, aviones y tanques —invasiones y tratados—. Y China lo hace con financiamiento. Pero el resultado será igual de devastador si no se construye un rumbo propio.

El uruguayo José Mujica (EPD), valga mi tributo al más noble de los presidentes visionarios que ha tenido América, dijo: “El problema no es tener empresas extranjeras, sino no tener rumbo. El mercado no es malo en sí, pero sin regulación ética, devora naciones enteras. Y cuando lo hace, ni cuenta nos damos”.

Hoy Iberoamérica sigue actuando como periferia del mundo. No planifica ni siquiera su muerte —en cómo debería ser su suicidio—, sino que lo ejecuta conforme a instrucciones.

Raúl Zibechi alertó: “Los pueblos que no planifican su futuro están condenados a ejecutarlo según las órdenes de otros”.

Cada tratado firmado es una puerta abierta al dominio. “Cada deuda contraída sin control es cuerda atada al cuello de futuras generaciones”.

Lo más peligroso es que esto ocurre sin disparar un solo tiro. Ya no se nos impone por la fuerza, sino por endeudamiento consentido.

La imagen lo resume todo: una caña de pescar que “jala” a Iberoamérica con un hilo invisible. Una nueva forma de imperialismo. Más sutil, pero no por eso menos efectiva.

El dominio económico “reemplaza” al dominio militar, pero la dependencia es igual de real.

El discurso progresista ha sido cooptado por agendas externas. Muchos líderes que dicen defender la patria, en realidad venden el alma a intereses extranjeros: chino, europeo, estadounidense, ruso, etc.

Mujica lo resumió de esta forma: “Hay una derecha populista que dice defender la patria, pero le entrega el alma al capital financiero internacional”.

Esa contradicción se agrava cuando “la izquierda envejece y se aferra al poder sin ideas nuevas ni renovación ética”.

Este enunciado axiomático y filosófico, viniendo de la practicidad de este hombre, no deja dudas de su verdad. (En otras palabras: derecha e izquierda son lo mismo).

No se trata de rechazar la inversión extranjera, sino de tener una visión estratégica. Los pueblos de América deben negociar con dignidad, definir prioridades y proteger sus recursos.

Deben agregar valor a sus materias primas como insumos, invertir en ciencias, tecnologías, educación de calidad y fortalecer su institucionalidad.

Sin un proyecto común, seguiremos siendo el tablero donde otros juegan, ponen las fichas y deciden por nosotros como espectadores.

Hoy, el dragón asiático, con su saliva venenosa, avanza con paciencia. Pero el problema no es China, es nuestra falta de rumbo. Europa y Estados Unidos ya dejaron su huella.

Reitero: el problema no es externo, es interno.

Aquí las preguntas: ¿Estamos dispuestos a decir que no?

¿O seguiremos cambiando votos por obras, concesiones por aplausos y soberanía por préstamos?

Mujica lo explicó: “El poder no es para servirse, es para servir”.

La dominación —tenemos que entender— no es con falsas filosofías, ideologías o religiones, sino con financiamiento y conectividad.

No nos conquistan con tratados de guerra, sino con tratados de libre comercio.

Y si no se ejerce una ciudadanía crítica, si no hay líderes capaces de ver más allá del mandato inmediato, el resultado será el mismo de siempre: servidumbre voluntaria.

En la América del Sur y su cuenca caribeña, si sus líderes siguen estando a la venta, los comprarán baratos.

La soberanía no es un discurso. Es una práctica diaria: en la forma en que se legisla, en cómo se gobierna e invierte, en quiénes se eligen y por qué.

Sin una generación capaz de renunciar al privilegio por la justicia social, el porvenir será solo una repetición del pasado.

Aunque los rostros cambien, el ciclo se repetirá.

La imagen de un hombre oriental, vestido de rojo, pescando el continente resume una verdad incómoda.

No estamos siendo invadidos; nos estamos entregando. Mientras algunos celebran los convenios, otros advierten lo que se avecina.

No se trata de alarmismo, sino de conciencia.

A veces, una promesa de progreso puede esconder un nuevo sometimiento.

La historia se repite cuando no se aprende. Como dijo Eduardo Galeano: “La historia nunca dice adiós, lo que hace es decir hasta luego”.

Iberoamérica está a tiempo de corregir el rumbo, pero debe despertar pronto.

El futuro no espera. Y si seguimos sin un plan, sin proyecto y sin vergüenza, cualquier potencia podrá comprarnos por menos de lo que realmente valemos.

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